Juan Antonio Nemi Dib
Hay algunos libros que son como fetiches, auténticos objetos de culto. Ciertas personas los veneran hasta el extremo de leerlos con sutileza, sin fijar demasiado la vista, para no agraviarlos, para no desgastar sus grafismos, se les lee con humildad y veneración. Pero hay otros que se rayan y subrayan, a los que se hacen anotaciones en los márgenes, libros cuyas sus páginas se ajan de pasarse y pasarse, que son penetrados, que acaban tallados en el mismo papel -y en la mente del lector- a fuerza de transitarse una y otra vez. Me convenzo de que esto tiene que ver tanto con la personalidad del libro como la del lector.
Hay libros que son llaves de universos chicos y gigantes, pero siempre vírgenes, indómitos, en espera de ser explorados. Hay libros que encierran todos los mundos posibles, todas las realidades y todos los sueños; los hay que son pegajosa red de telaraña, que atrapan y uno -el lector- jamás podrá escapárseles, navegará perpetuamente en su entraña. Por eso hay que tener cuidado antes de tomar en las manos un buen libro, se corre el riesgo de convertirse, para siempre, en su esclavo. Hay libros infinitos, que no terminan nunca... libros que sólo son comienzos, para siempre comienzos.
Hay libros que producen relaciones posesivas, de auténtica codependencia; lo que no está claro es quién posee a quién, quién es el sujeto poseedor y quién el objeto poseído. Dicen que no está claro si uno escoge a los libros o éstos lo escogen a uno. El olor a tinta fresca de un libro recién hecho sólo puede compararse a la sensación que produce el contacto de las yemas de los dedos con un papel añejo, independientemente de que sea más o menos grueso, más o menos translúcido.
En cualquier caso, el consumo de libros debiera regularse, es adictivo, no hay duda. Se trata, además, de una adicción que difícilmente se clasifica: no me atrevo a decir si es blanda o dura, curable o no, porque no depende sólo de la voluntad del adicto; en realidad está condicionada por el peculio, el espacio físico y de la paciencia de aquellos que cohabitan con el lector en el mismo espacio. Y por otro lado, dudo que estos adictos quieran curarse nunca. Hay libros que engañan y prometen sin concretar, pero los hay magnificentes, seductores, amantes celosos e implacables.
Es mi caso: compulsivo confeso, esta vez tampoco pude resistirme. Acabé comprándolo.
Debí ser responsable, apelar a la continencia, suplicar por mesura, pero me ganó el impulso. Tendría que haber meditado en lo que ya me había pasado, en anterior ocasión (pero no lo hice): iba diario a las librerías de la calle de Xalapeños Ilustres y cuando no podía ir, me consolaba un poco llamar por teléfono y preguntar si “ya había llegado” la Gramática de la Lengua Española, publicada en dos tomos por sus ilustrísimas, los académicos de España, Ecuador, México y 19 naciones más. Acabé adquiriéndola “virtualmente”. Y me sentí orgulloso de su posesión -estuve a punto de salir a pasear de tarde con uno de sus tomos bajo cada brazo, pero finalmente me detuve ante la duda de hacerlo en el Parque Juárez o en la plaza comercial- hasta que ocurrió un hecho funesto. Tan traumático acontecimiento se explica en el correo que el propio autor de mi desconsuelo, el estimado, brillante y puntilloso maestro Gino Raúl de Gasperín, envió a la Real Academia de la Lengua Española:
“Con mucho interés adquirí el MANUAL DE LA NUEVA GRAMÁTICA DE LA LENGUA ESPAÑOLA y lo primero que consulté, para poder estar seguro de lo que los maestros estamos enseñando en la escuela, fueron los modelos de las conjugaciones (amar, temer y partir), páginas 71-75, para constatar si había alguna modificación en los nombres de los tiempos verbales y, para sorpresa, me encontré con que se da el mismo nombre (Presente--Pretérito Imperfecto/Pretérito y Futuro Simple/Futuro) TANTO A LOS TIEMPOS SIMPLES COMO A LOS TIEMPOS COMPUESTOS DEL MODO SUBJUNTIVO. No pudiendo creer esto, consulté las explicaciones del significado de los tiempos verbales del Subjuntivo (páginas 455--460) y constaté que no coinciden, pues en estas últimas páginas se dan los nombres "correctos" de los tiempos compuestos: Pretérito Pluscuamperfecto y Futuro Compuesto. Deduzco que es UN ERROR GARRAFAL, que se escapó a los 29 integrantes del Equipo de revisión y edición del Manual, y que se reprodujo en los cientos de miles de libros que se imprimieron. ¿O soy yo quien está en el error? Para servirles... Desde Córdoba, Veracruz, México”
Ante tal quebranto anímico tuve que increparle: “Muy estimado maestro: Me hallaba yo feliz en poder de mi NUEVA GRAMÁTICA ESPAÑOLA en dos tomos, que adquirí más como sensible objeto de placer -y presunción, por supuesto- que con ánimo de abrevarla completa. Agrego que fue mi primera compra vía internet a la librería Gandhi, cuyo servicio eficaz, su precio reducido y la facilidad del trámite me hicieron pensarme en otros lares, como si todo fuera comprar libros con cargo al dinero plástico. Rompió usted mi felicidad. De tajo. ¿Quién me asegura ahora que en mi Nueva Gramática no halla erratas/errores/bodrios de similar envergadura? Pero algo compensa: me había preparado para la compra del Manual. Ahora esperaré a que le agreguen la fe, o de plano a que lo reimpriman corregido. Sarcasmos aparte, le felicito sinceramente por el descubrimiento, con todo y lo que pesa. Muchas gracias por compartirlo.”
Ya el maestro Gino ha gozado -ironizando de consuno con otro talento de la escribanía, don Edmundo López Bonilla- la narración del tête à tête que sostuvo con la Academia y las absurdas e inverosímiles respuestas que le dieron “los académicos”.
Pero caí. Acabo de comprar las 746 páginas de la ORTOGRAFÍA DE LA LENGUA ESPAÑOLA, esta vez publicada por PLANETA y no por ESPASA.
Debí esperar por la fe de erratas... pero no pude resistirme. Pensé que quizá cuando aparezca, las reglas ortográficas habrán cambiado de nuevo. No pude esperar por la fe.