Rúbrica
Los
números de la muerte
Por
Aurelio Contreras Moreno
Las cifras sobre desapariciones y sepulturas
clandestinas a lo largo del territorio nacional publicadas en el recientemente
difundido reportaje “El país de las 2 mil fosas”, elaborado por Quinto Elemento
Laboratorio de Investigación Periodística, Open Society Foundations y el
proyecto “A dónde van los desaparecidos” son sobrecogedoras.
De acuerdo con esta investigación, entre 2006
y 2016 han sido ubicadas casi dos mil fosas clandestinas en 24 entidades de la
República Mexicana. Con base en los datos aportados por los gobiernos
estatales, se han encontrado mil 978 entierros subrepticios, cifra que nada
tiene que ver con las 232 inhumaciones ilegales que apenas admite la
Procuraduría General de la República.
Estos números reflejan el tamaño de una
barbarie que ningún gobierno quiso ver ni detener en la última década, a pesar
de que sucedía ante sus ojos. Y sin embargo, tampoco pueden considerarse, ni
cercanamente, definitivos. El verdadero tamaño de la tragedia es mucho mayor.
Tómese como ejemplo el caso del estado de
Veracruz. La investigación de la autoría de Alejandra Guillén, Mago Torres y
Marcela Turati señala que “la Fiscalía General de Veracruz reporta que entre
2006 y 2016 ha localizado 332 fosas con 222 cuerpos, de los cuales 104 han sido
identificados. En estos entierros también ha localizado restos óseos de 157
personas, 293 cráneos y en seis puntos más, miles de restos óseos. La autoridad
reporta que ha identificado a 16 víctimas. En Veracruz han sido descubiertas
fosas clandestinas en 46 de los 212 municipios”.
Sin embargo, las estimaciones que el propio
gobierno estatal hiciera al inicio de la actual administración, así como las de
los diferentes colectivos de búsqueda de desaparecidos que operan en la entidad,
hablan de cifras que alcanzarían más de cinco mil personas de las que hasta la
fecha se desconoce su paradero. La mayoría, a partir del sexenio de Javier
Duarte de Ochoa, aunque no exclusivamente durante ese periodo.
La verdadera magnitud de esta atrocidad que
ha enlutado e incluso destruido a miles de familias en todo el país
probablemente nunca llegará a ser conocida en su totalidad. Ha sido tan grande
la impunidad con que los grupos criminales secuestraron la cotidianidad de
franjas territoriales enteras y dispusieron de la vida de todos a su alrededor,
así como la complicidad de las diferentes autoridades que, por decir lo menos,
cerraron los ojos ante esta tragedia, que sus crímenes sobrepasan cualquier
cálculo, cualquier testimonio, cualquier denuncia y cualquier búsqueda en las
entrañas de la tierra, donde aún debe haber decenas, cientos, quizás miles de
restos de seres humanos.
En un artículo publicado a raíz de “El país
de las 2 mil fosas”, el investigador y analista de International Crisis Group,
Falko Ernst, define que “lo que destapa la sistematización de esta
investigación periodística debe ser leído como señal de lo que aún queda
enterrado, de los vacíos de un mapa emergente del exterminio. Sin duda, esta pieza
marca el inicio de una conversación seria sobre la magnitud real de lo que
significa decir ‘fosa México’”.
Lo increíble es que apenas hasta ahora se
hable de declarar una crisis humanitaria a causa de esta tragedia. Y ni
siquiera a nivel nacional. Apenas si se considera a Veracruz y eso debido a la
violencia política, aunque debería ser suficiente con escenas dantescas como
las de Colinas de Santa Fe, El Porvenir y Arbolillo, parajes convertidos en
auténticos campos del horror por criminales que cada vez se distinguen menos de
quienes deberían combatirlos y garantizar la vida y la seguridad de los
ciudadanos.
Los números de la muerte así lo indican.
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