–¡Ya Gaby, aquí, en corto!
–No, espérate, qué tal si nos ven.
–Si no hay nadie, ¿de qué te preocupas?
–No me hace sentir bien.
–¡Ah, ya mejor no salimos, eres bien aburrida! –le
dice él desesperado, y suelta a la chica con desdén para que ella corra hacia a
él y le diga que sí, y luego desabrocharse atropelladamente los jeans. Gaby no
está segura, pero accede a tener un encuentro sexual de noche, en un sitio
público y poco vigilado porque no quiere que Alfonso deje de verla.
Es difícil para ella explicar su relación: “No sé,
una vez le dijo a mi mamá que se quería casar conmigo y luego pasan días y no
lo veo, andamos ‘cotorreando’; yo le he dicho que si no quiere andar conmigo
bien ‘no hay pedo’, pero que me diga y no contesta nada”.
Gaby alcanza la segunda década de vida, estudia
Ingeniería Ambiental e indica llevar más de tres años en una relación con un
chico que es músico, un joven que la supera por lo menos un lustro de
experiencias, al cual acompaña a las presentaciones cada viernes en un bar en
las inmediaciones de la avenida 20 de noviembre; Alfonso la maltrata y ella a
él, pero este comportamiento para ambos es absolutamente ordinario, “siempre ha
sido así”, narra.
La naturalización de la violencia en el noviazgo
es un rasgo común entre los jóvenes veracruzanos, al grado de que resulta tan
común escuchar o tratar con situaciones afines sin que, aparentemente, se note
algo “raro”, no obstante, como en el caso de Gabriela y Alfonso, hay factores
que requieren la atención ante los riesgos que conllevan; a su vez, pese a que
usualmente se señala a las mujeres como víctimas de este tipo de excesos, los
hombres también las padecen, indica Manoella Alegría del Ángel, responsable del
Centro Centinela en la Unidad de Artes, del Centro para el Desarrollo Humano e
Integral de los Universitarios (Cendhiu).
Alegría del Ángel señala que en un estudio
relativo desarrollado en el Instituto de Investigaciones Psicológicas (IIP) de
la Universidad Veracruzana (UV), expone que dentro de la muestra
(universitarios del área de Humanidades entre 18 y 25 años de edad con un
noviazgo heterosexual de un año o más en Xalapa) son los hombres quienes en el
caso de victimización, padecen un mayor número de actos de violencia tanto
psicológica, como física y sexual en comparación con las mujeres.
Esta investigación arroja que la prevalencia de
los tipos de violencia en universitarios (con al menos una manifestación
ocurrida) en el último año de relación, la violencia psicológica fue la más
reportada (82.7 por ciento de los casos), seguida por la física (70.5 por
ciento) y la sexual (26.2 por ciento), con proporciones similares entre mujeres
y hombres, excepto en el caso de la sexual, donde hubo un mayor número de
hombres que la reportaron (35 por ciento contra 17.2 por ciento).
Asimismo, dentro de la frecuencia de los tipos de
violencia, aunque con frecuencias bajas, se encontraron niveles similares en el
número de actos perpetrados de violencia psicológica, física y sexual en
hombres y mujeres, pero en el cuanto a victimización, los varones reciben un
mayor número de actos referentes.
Alegría del Ángel expresó que la violencia en el
noviazgo representa todo acto u omisión cometido por la pareja que produce un
daño físico, psicológico o incluso sexual; dentro de la clasificación estos
tres tipos de violencia son los más comunes entre la población joven.
Dentro de la violencia psicológica, comentó, puede
manifestarse desde las situaciones más sutiles hasta las más claras como el uso
de sobrenombres, transgredir la individualidad de la persona al ejercer control
sobre la personalidad o gustos particulares hasta los gritos y humillaciones en
público o en la intimidad. “Puede ser desde cómo te peinas, tu forma de vestir,
cosas que empiezan a interferir en tu vida cotidiana”, expresó.
En cuanto a la violencia física destacó que aunque
es mucho más notoria que la agresión psicológica, muchas veces empieza con
intervenciones leves que se van agravando; algunas manifestaciones pueden ser
desde empujones ligeros, jaloneos, pellizcos, mordeduras, apretar o sujetar
excesivamente o cachetadas que “entre juego y juego” aumentan su periodicidad y
posteriormente se vuelven intencionales.
También quemaduras de cigarrillo, arrojar objetos,
fracturas y amenazas con armas blancas o de fuego son de lo más usuales que en
situaciones severas conducen incluso a la hospitalización del sujeto o la necesidad
de atención médica.
Agregó que la violencia sexual viene a ser toda
presión o comportamiento obligado donde la otra persona no está completamente
segura de querer llevarlo a cabo, “puede ser posiciones sexuales,
hostigamiento, acoso, violación, incluso pueden ser caricias o un beso sin
consentimiento”. Además, el evadir el uso de anticonceptivos sin anuencia de la
otra persona o porfiar constantemente en practicar actividades sexuales.
Manoella Alegría manifestó que los últimos datos
más relevantes en México fueron los de la Encuesta Nacional sobre Violencia en
el Noviazgo (Envin-2007) realizada por convenio entre el Instituto Mexicano de
la Juventud (IMJ) y el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi),
la cual ha sido la única en su tipo, y según el informe operativo, su
periodicidad “no está determinada” pese a los resultados revelan que este tipo
de violencia la padecen más de 70 por ciento de los jóvenes mexicanos, de la
cual sobresale la psicológica.
Sin embargo destacó que si bien ha sido la única
encuesta en el género realizada hasta ahora, fue muy completa pues abarcó a
toda la República tanto en zonas urbanas como rurales.
No obstante, también expuso que un detalle que
llama la atención de dicho estudio es que en cuanto a violencia sexual
únicamente se incluye la perspectiva femenina, descartando por un lado la
posibilidad que exista dicha clase de abuso hacia el llamado “sexo fuerte”.
“Por lo menos aquí en México se le da mucho
énfasis a la violencia de género hacia la mujer, y se deja de lado la otra cara
de la moneda, del hombre como el que también es agredido o puede ser víctima de
estas formas de violencia”, precisó.
Esto puede deberse, dijo, a factores culturales
que aún predominan en la sociedad mexicana, como el machismo, donde los roles
de comportamiento continúan, sobre todo en zonas rurales; sin embargo señala
que en las zonas urbanas los patrones sí tienen cambios muy marcados, de la
mano con el nivel educativo, “ya no es tan tradicional, a partir de eso es cómo
podemos explicar cómo la reacción y los comportamientos de la mujer van
cambiando, es decir las mujeres no se dejan tan fácilmente y son ellas también
las que están violentando”.
Advirtió que la equidad, en ese sentido, también
se está enfocando de manera negativa, “pensamos en igualdad en una parte que se
está desvirtuando, es decir: ‘si me pegas yo te pego’, por un lado a los
jóvenes les cuesta más trabajo identificar por la naturalización de la
violencia que, además de antecedentes violentos y a no tener las herramientas o
habilidades necesarias para resolver conflictos o comunicarme de forma adecuada
con mi pareja, se ven reflejadas”.
Dentro del bar, y en cualquier otro lado donde
salen, las cosas se desarrollan de acuerdo al humor de Poncho. “A cada rato le
está toqueteando las piernas en frente de todos y obvio que se siente
incómoda”, comentó en una ocasión Carolina, amiga de Gaby, invitada a remojar
el gaznate junto con otros de sus allegados.
En otro momento Gaby se acerca a Alfonso con
intenciones de abrazarlo, pero él la rechaza abiertamente frente a sus
convidados, le dice: “¡Aguanta, deja de empalagar! No tengo ganas de besarte
ahorita, déjame beber”. Gaby se hace a un lado y resiste las ganas de llorar,
pretende distraerse con la música y con su smartphone.
–Ya te ves menos gorda desde que te metiste al
gym- retoma la conversación Alfonso entre alago y sorna. Gaby sonríe medio
abochornada y complacida.
– Sí, ya bajé tres kilos desde mayo. Pero ahorita
así estoy bien. Sonríe.
Redes sociales, nuevas formas de configurar
violencia en la pareja
Manoella Alegría explicó que ejercer dominio sobre
las personas con las que se vincula el ser querido o de las actividades que
lleva a cabo, poniendo límites y restricciones a partir de lo desarrollado en
Facebook, Twitter, Whatsapp, entre otros, también forma parte de la
configuración de nuevas formas de violencia en el noviazgo, puesto que se
transgrede la individualidad del sujeto en cuestión.
Hurgar en el celular, revisar, registrar,
modificar o controlar amistades u opiniones emitidas en publicaciones
virtuales, blogs, o grupos de redes sociales; indagar constantemente con quién
se fotografía la pareja o a quién “le da like”, está clasificado dentro de la
violencia psicológica, expone.
Comentó que a veces, con la intención de crear
mayor confianza, las parejas se comparten las contraseñas en cuentas de correo
electrónico, Facebook y demás, pero ello lejos de coadyuvar va en detrimento de
la privacidad a la que cada uno tiene derecho.
“Desde compartir la contraseña, puede dar paso a
que eso ‘me dé derecho a meterme en todos los asuntos de tu vida’, desde ver a
quién estás aceptando, con quién te estás relacionando y puede propiciar más
conflictos y replicar la violencia, otra manifestación son los celos”,
ejemplificó.
Afirmó que los perfiles tanto de quien permite la
violencia como del que agrede son muy parecidos, pero que cuya característica
principal es la baja autoestima, antecedentes de violencia, y otro aspecto que
repuntó en su estudio: la violencia mutua.
“Más que exista una víctima y victimario existe la
persona que es capaz de fungir ambos roles, es recíproca en los jóvenes, es
decir un perfil que englobe todas estas características que hace una relación
‘simbiótica’ y que la forma en la que resuelven sus conflictos es precisamente
la violencia, es un círculo vicioso”, enfatizó.
Gaby ya no soportó más la noche en que se enteró
de que la ex novia de Alfonso y él se seguían viendo, luego del acoso constante
de la última al enviarle mensajes de texto y fotos por Facebook y Whatsapp
presumiendo lo bien que la pasaban juntos a sus espaldas; encaró a Alfonso y él
evadió la pregunta ignorándola. “Ya deja ese tema, cree lo que quieras”,
sentenció mirando hacia otro lado mientras ella lo contemplaba furibunda.
“¡Maldito idiota!”, recuerda que le dijo segundos
antes de acertar en su cabeza dos golpes con el servilletero de metal que se
hallaba en la mesa donde departían y salir corriendo a los brazos de Carolina,
que fue a recogerla para llevarla a su casa deshecha en lágrimas.
Alegría del Ángel concluyó que es necesario
prestar atención a las llamadas de alerta de las situaciones que pueden ser
interpretadas como violentas, además de qué tan constantemente acontecen y
hasta qué punto la otra persona está transgrediendo la individualidad para
tomar las medidas adecuadas, que en primera instancia puede ser mejorando la
comunicación.
Por su parte Gaby dice que después de eso Alfonso
la buscó de nuevo porque habían quedado de que él la acompañaría a la revisión
mensual que tiene del implante subdérmico anticonceptivo. “Se le pasó el enojo
rápido, dijo que se lo merecía, por cabrón, y como estaba borracho no le dolió
mucho el golpe aunque se le inflamó”.
Gabriela se niega a calificar que la relación que
lleva con Alfonso sea o no “violenta”, sin embargo contradictoriamente señala
que ya no le importa, aunque está enamorada. Estima que aunque “ya no lo tomará
tan en serio”, probablemente sigan saliendo y “se la pasen bien de vez en
cuando”.
Los Centros Centinelas de la UV ofrecen asesoría y
consejería para la promoción de salud, autocuidado, bienestar mental,
sexualidad y manejo de conflictos en el noviazgo, autoestima, entre otros;
están disponibles de forma gratuita para los universitarios y cuentan con cinco
sedes más en Xalapa: DADUV, Pedagogía, Economía, Humanidades y Jazz UV.