lunes, 7 de septiembre de 2015

EN EL NOVIAZGO, LA VIOLENCIA SE VUELVE COTIDIANA EN ALGUNOS CASOS: ESTUDIO


–¡Ya Gaby, aquí, en corto!

–No, espérate, qué tal si nos ven.

–Si no hay nadie, ¿de qué te preocupas?

–No me hace sentir bien.

–¡Ah, ya mejor no salimos, eres bien aburrida! –le dice él desesperado, y suelta a la chica con desdén para que ella corra hacia a él y le diga que sí, y luego desabrocharse atropelladamente los jeans. Gaby no está segura, pero accede a tener un encuentro sexual de noche, en un sitio público y poco vigilado porque no quiere que Alfonso deje de verla.

Es difícil para ella explicar su relación: “No sé, una vez le dijo a mi mamá que se quería casar conmigo y luego pasan días y no lo veo, andamos ‘cotorreando’; yo le he dicho que si no quiere andar conmigo bien ‘no hay pedo’, pero que me diga y no contesta nada”.

Gaby alcanza la segunda década de vida, estudia Ingeniería Ambiental e indica llevar más de tres años en una relación con un chico que es músico, un joven que la supera por lo menos un lustro de experiencias, al cual acompaña a las presentaciones cada viernes en un bar en las inmediaciones de la avenida 20 de noviembre; Alfonso la maltrata y ella a él, pero este comportamiento para ambos es absolutamente ordinario, “siempre ha sido así”, narra.

La naturalización de la violencia en el noviazgo es un rasgo común entre los jóvenes veracruzanos, al grado de que resulta tan común escuchar o tratar con situaciones afines sin que, aparentemente, se note algo “raro”, no obstante, como en el caso de Gabriela y Alfonso, hay factores que requieren la atención ante los riesgos que conllevan; a su vez, pese a que usualmente se señala a las mujeres como víctimas de este tipo de excesos, los hombres también las padecen, indica Manoella Alegría del Ángel, responsable del Centro Centinela en la Unidad de Artes, del Centro para el Desarrollo Humano e Integral de los Universitarios (Cendhiu).

Alegría del Ángel señala que en un estudio relativo desarrollado en el Instituto de Investigaciones Psicológicas (IIP) de la Universidad Veracruzana (UV), expone que dentro de la muestra (universitarios del área de Humanidades entre 18 y 25 años de edad con un noviazgo heterosexual de un año o más en Xalapa) son los hombres quienes en el caso de victimización, padecen un mayor número de actos de violencia tanto psicológica, como física y sexual en comparación con las mujeres.

Esta investigación arroja que la prevalencia de los tipos de violencia en universitarios (con al menos una manifestación ocurrida) en el último año de relación, la violencia psicológica fue la más reportada (82.7 por ciento de los casos), seguida por la física (70.5 por ciento) y la sexual (26.2 por ciento), con proporciones similares entre mujeres y hombres, excepto en el caso de la sexual, donde hubo un mayor número de hombres que la reportaron (35 por ciento contra 17.2 por ciento).

Asimismo, dentro de la frecuencia de los tipos de violencia, aunque con frecuencias bajas, se encontraron niveles similares en el número de actos perpetrados de violencia psicológica, física y sexual en hombres y mujeres, pero en el cuanto a victimización, los varones reciben un mayor número de actos referentes.

Alegría del Ángel expresó que la violencia en el noviazgo representa todo acto u omisión cometido por la pareja que produce un daño físico, psicológico o incluso sexual; dentro de la clasificación estos tres tipos de violencia son los más comunes entre la población joven.

Dentro de la violencia psicológica, comentó, puede manifestarse desde las situaciones más sutiles hasta las más claras como el uso de sobrenombres, transgredir la individualidad de la persona al ejercer control sobre la personalidad o gustos particulares hasta los gritos y humillaciones en público o en la intimidad. “Puede ser desde cómo te peinas, tu forma de vestir, cosas que empiezan a interferir en tu vida cotidiana”, expresó.

En cuanto a la violencia física destacó que aunque es mucho más notoria que la agresión psicológica, muchas veces empieza con intervenciones leves que se van agravando; algunas manifestaciones pueden ser desde empujones ligeros, jaloneos, pellizcos, mordeduras, apretar o sujetar excesivamente o cachetadas que “entre juego y juego” aumentan su periodicidad y posteriormente se vuelven intencionales.

También quemaduras de cigarrillo, arrojar objetos, fracturas y amenazas con armas blancas o de fuego son de lo más usuales que en situaciones severas conducen incluso a la hospitalización del sujeto o la necesidad de atención médica.

Agregó que la violencia sexual viene a ser toda presión o comportamiento obligado donde la otra persona no está completamente segura de querer llevarlo a cabo, “puede ser posiciones sexuales, hostigamiento, acoso, violación, incluso pueden ser caricias o un beso sin consentimiento”. Además, el evadir el uso de anticonceptivos sin anuencia de la otra persona o porfiar constantemente en practicar actividades sexuales.

Manoella Alegría manifestó que los últimos datos más relevantes en México fueron los de la Encuesta Nacional sobre Violencia en el Noviazgo (Envin-2007) realizada por convenio entre el Instituto Mexicano de la Juventud (IMJ) y el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), la cual ha sido la única en su tipo, y según el informe operativo, su periodicidad “no está determinada” pese a los resultados revelan que este tipo de violencia la padecen más de 70 por ciento de los jóvenes mexicanos, de la cual sobresale la psicológica.

Sin embargo destacó que si bien ha sido la única encuesta en el género realizada hasta ahora, fue muy completa pues abarcó a toda la República tanto en zonas urbanas como rurales.

No obstante, también expuso que un detalle que llama la atención de dicho estudio es que en cuanto a violencia sexual únicamente se incluye la perspectiva femenina, descartando por un lado la posibilidad que exista dicha clase de abuso hacia el llamado “sexo fuerte”.

“Por lo menos aquí en México se le da mucho énfasis a la violencia de género hacia la mujer, y se deja de lado la otra cara de la moneda, del hombre como el que también es agredido o puede ser víctima de estas formas de violencia”, precisó.

Esto puede deberse, dijo, a factores culturales que aún predominan en la sociedad mexicana, como el machismo, donde los roles de comportamiento continúan, sobre todo en zonas rurales; sin embargo señala que en las zonas urbanas los patrones sí tienen cambios muy marcados, de la mano con el nivel educativo, “ya no es tan tradicional, a partir de eso es cómo podemos explicar cómo la reacción y los comportamientos de la mujer van cambiando, es decir las mujeres no se dejan tan fácilmente y son ellas también las que están violentando”.

Advirtió que la equidad, en ese sentido, también se está enfocando de manera negativa, “pensamos en igualdad en una parte que se está desvirtuando, es decir: ‘si me pegas yo te pego’, por un lado a los jóvenes les cuesta más trabajo identificar por la naturalización de la violencia que, además de antecedentes violentos y a no tener las herramientas o habilidades necesarias para resolver conflictos o comunicarme de forma adecuada con mi pareja, se ven reflejadas”.

Dentro del bar, y en cualquier otro lado donde salen, las cosas se desarrollan de acuerdo al humor de Poncho. “A cada rato le está toqueteando las piernas en frente de todos y obvio que se siente incómoda”, comentó en una ocasión Carolina, amiga de Gaby, invitada a remojar el gaznate junto con otros de sus allegados.

En otro momento Gaby se acerca a Alfonso con intenciones de abrazarlo, pero él la rechaza abiertamente frente a sus convidados, le dice: “¡Aguanta, deja de empalagar! No tengo ganas de besarte ahorita, déjame beber”. Gaby se hace a un lado y resiste las ganas de llorar, pretende distraerse con la música y con su smartphone.

–Ya te ves menos gorda desde que te metiste al gym- retoma la conversación Alfonso entre alago y sorna. Gaby sonríe medio abochornada y complacida.

– Sí, ya bajé tres kilos desde mayo. Pero ahorita así estoy bien. Sonríe.

Redes sociales, nuevas formas de configurar violencia en la pareja

Manoella Alegría explicó que ejercer dominio sobre las personas con las que se vincula el ser querido o de las actividades que lleva a cabo, poniendo límites y restricciones a partir de lo desarrollado en Facebook, Twitter, Whatsapp, entre otros, también forma parte de la configuración de nuevas formas de violencia en el noviazgo, puesto que se transgrede la individualidad del sujeto en cuestión.

Hurgar en el celular, revisar, registrar, modificar o controlar amistades u opiniones emitidas en publicaciones virtuales, blogs, o grupos de redes sociales; indagar constantemente con quién se fotografía la pareja o a quién “le da like”, está clasificado dentro de la violencia psicológica, expone.

Comentó que a veces, con la intención de crear mayor confianza, las parejas se comparten las contraseñas en cuentas de correo electrónico, Facebook y demás, pero ello lejos de coadyuvar va en detrimento de la privacidad a la que cada uno tiene derecho.

“Desde compartir la contraseña, puede dar paso a que eso ‘me dé derecho a meterme en todos los asuntos de tu vida’, desde ver a quién estás aceptando, con quién te estás relacionando y puede propiciar más conflictos y replicar la violencia, otra manifestación son los celos”, ejemplificó.

Afirmó que los perfiles tanto de quien permite la violencia como del que agrede son muy parecidos, pero que cuya característica principal es la baja autoestima, antecedentes de violencia, y otro aspecto que repuntó en su estudio: la violencia mutua.

“Más que exista una víctima y victimario existe la persona que es capaz de fungir ambos roles, es recíproca en los jóvenes, es decir un perfil que englobe todas estas características que hace una relación ‘simbiótica’ y que la forma en la que resuelven sus conflictos es precisamente la violencia, es un círculo vicioso”, enfatizó.

Gaby ya no soportó más la noche en que se enteró de que la ex novia de Alfonso y él se seguían viendo, luego del acoso constante de la última al enviarle mensajes de texto y fotos por Facebook y Whatsapp presumiendo lo bien que la pasaban juntos a sus espaldas; encaró a Alfonso y él evadió la pregunta ignorándola. “Ya deja ese tema, cree lo que quieras”, sentenció mirando hacia otro lado mientras ella lo contemplaba furibunda.

“¡Maldito idiota!”, recuerda que le dijo segundos antes de acertar en su cabeza dos golpes con el servilletero de metal que se hallaba en la mesa donde departían y salir corriendo a los brazos de Carolina, que fue a recogerla para llevarla a su casa deshecha en lágrimas.

Alegría del Ángel concluyó que es necesario prestar atención a las llamadas de alerta de las situaciones que pueden ser interpretadas como violentas, además de qué tan constantemente acontecen y hasta qué punto la otra persona está transgrediendo la individualidad para tomar las medidas adecuadas, que en primera instancia puede ser mejorando la comunicación.

Por su parte Gaby dice que después de eso Alfonso la buscó de nuevo porque habían quedado de que él la acompañaría a la revisión mensual que tiene del implante subdérmico anticonceptivo. “Se le pasó el enojo rápido, dijo que se lo merecía, por cabrón, y como estaba borracho no le dolió mucho el golpe aunque se le inflamó”.

Gabriela se niega a calificar que la relación que lleva con Alfonso sea o no “violenta”, sin embargo contradictoriamente señala que ya no le importa, aunque está enamorada. Estima que aunque “ya no lo tomará tan en serio”, probablemente sigan saliendo y “se la pasen bien de vez en cuando”.

Los Centros Centinelas de la UV ofrecen asesoría y consejería para la promoción de salud, autocuidado, bienestar mental, sexualidad y manejo de conflictos en el noviazgo, autoestima, entre otros; están disponibles de forma gratuita para los universitarios y cuentan con cinco sedes más en Xalapa: DADUV, Pedagogía, Economía, Humanidades y Jazz UV.

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