LÁSTIMA
DE ROPITA, LAS APARIENCIAS ENGAÑAN
Uriel Flores Aguayo
Dos hechos
llamativos -uno, sexista, y, otro, violento- donde se han visto involucrados un
Senador de la República y dos socios de un bar, respectivamente, se han
constituido en grandes escándalos mediáticos y vírales en redes sociales. El
legislador, integrante de la bancada del PAN, fue exhibido en sus
conversaciones telefónicas con imágenes y mensajes sexistas y vulgares,
mientras que los propietarios del antro aparecen en videos golpeando a un
vendedor de nieves. Estos hechos tienen varias lecturas y muchas implicaciones.
Intento hacer un apunte relacionado con lo que parece ser el nivel real de un
sector grande de la población y de nuestra clase política.
Cabe preguntarnos
si estamos ante actitudes aisladas y circunstanciales o si se trata de
conductas comunes. Yo creo que así son en la realidad ese tipo de personas, que
son un reflejo de una parte importante de la sociedad y que debemos
preocuparnos por ello. Es muy grave lo del Senador por su investidura y
representación; estamos ante actos de una frivolidad que produce vergüenza y
que cuestiona la calidad de un representante popular, que debe haber hecho su
campaña hablando de valores, respeto, paz, tolerancia e igualdad; que debe haberse
dirigido a mujeres para ofrecerles su aprecio y apoyo. Se enturbia más su
situación al tratarse de un legislador del PAN, partido que sostiene todavía
algunas ideas de corte conservador; estamos ante una simulación y doble moral:
mochos en público y libertinos en privado. Tal Senador no es muy diferente a
buena parte de la clase política tradicional, que hace gala de prepotencia,
simulación y frivolidad. Al borrarse las ideologías para pasar al puro
pragmatismo, esas son las consecuencias. Lo que resulta es la simulación, de
todos los colores. No es ideología tampoco la consigna, el cliché o la
unanimidad. Es penoso lo del legislador Tamaulipeco, si, pero debe tener
consecuencias; en el corto plazo con disculpas públicas y a la agraviada, así
como algún tipo de amonestación interna y la puesta en práctica de un estricto
código de ética; en el mediano y largo plazo, en las votaciones para que se
escoja mejor a los representantes y se les exija decoro absoluto en el
desempeño de sus cargos.
En el caso de los
violentos personajes del bar, hay que decir que su aspecto es de personas clase
medieras y urbanas. Uno pudiera verlos en algún parque o lugar de reunión y
pensar que está ante ciudadanos comunes. Sin embargo, en este caso demostraron
ser sujetos excesivamente violentos y corrientes. Sus actos fueron de tipo
pandilleril, incluyendo un lenguaje acorde a las más siniestras cantinas. Es
obvio que tienen familia y amistades, por tanto son parte de una comunidad, lo
cual implica que comparten gustos, visiones, actitudes y valores. Creo
que su entorno no debe ser muy distinto a ellos, por tanto son una muestra de
la forma de ser de ese tipo de personas en nuestra sociedad.
De pronto nos vemos
en el espejo, vemos a personas que se parecen a nosotros físicamente, y tenemos
que pensar hasta asumir qué hay mucha gente así, que ese tipo de sociedad es la
mexicana, que tenemos enormes rezagos culturales y de tolerancia. Eludirlo,
esconderlo o utilizar eufemismo sería caer en los errores de siempre. No hay
poder, ideología -o seudo- colores que supere por decreto esa lamentable
realidad. Queda la participación ciudadana, demandante de paz y cumplimiento de
responsabilidades, como la garantía de que habrá cero impunidad a los violentos
y de que tendremos mejor sociedad y mucho mejores políticos.
Recadito: vamos
hablando más de Xalapa, vale la pena.