lunes, 30 de diciembre de 2024

Regalos que dignifican.

Jorge Salazar García. Las opiniones vertidas en este espacio son responsabilidad de quien las emite y no representan a este medio A todos nos gusta recibir regalos, no importa la ocasión ni de quien provengan. Pues esta acción, sinónima de dar, obsequiar y donar, implica al amor y representa la oportunidad de proporcionar gusto o satisfacción a quien se ama. Por esa razón, generalmente, dicho acto se realiza entre personas relacionadas directa y personalmente. Erich Fromm, en el “El arte de amar”, asienta que “damos” porque de ese modo expresamos nuestra vitalidad. Por supuesto, los primeros regalos que se reciben son la vida y los cuidados de los progenitores. Ahora bien, considerando que “regalar” es “dar algo que nos pertenece a alguien digno de estimación, sin esperar nada a cambio”, pueden distinguirse tres elementos en la definición: 1) La acción  2) La estimación  3) La renunciación de ganancia. Respecto al acto, este debe consistir en dar “algo” perceptible cualitativa o cuantitativamente, (dinero, objetos, servicios, solidaridad, sonrisa, caricia). Dicho acto debe estar motivado por el amor o una de sus formas (respeto, estimación, admiración, gratitud), no por el interés de obtener una ganancia a cambio. Si los tres elementos mencionados están presentes en la acción de regalar dignifica al hombre; de lo contrario, si falta al menos uno, lo castra emocionalmente. Regalos que dignifican Cuando con el regalo se desea expresar amor, generosidad, respeto o solidaridad y quien lo recibe lo acepta con gratitud las personas involucradas se aportan bienestar emocional. Se mantiene un equilibrio en la conexión establecida. Tal como sucede cuando, al recibir los cuidados maternos, el niño prodiga sonrisas y caricias a quién se los proporciona. Si al niño, conforme crece y aprende el lenguaje no se le enseña a pedir por favor ni agradecer, la paz emocional entre él y los demás se romperá. Para empezar exigirá todo lo que desee creyendo merecerlo, como lo hacen los déspota, egoístas (yo no te pedí la vida). Ya afectado con el “Síndrome de Emperador” será incapaz de mostrar gratitud a nadie y el sufrimiento proveniente del desorden emocional afectará todas sus relaciones, independientemente de la cultura o nivel socioeconómico al que pertenezca. Los familiares y la sociedad tendrán que lidiar con un ser narcisista incapaz de restituir el orden vital en su existencia. Regalos que castran Por supuesto hay quienes logran enmendar el desorden al percatarse de que la humildad en el agradecer o pedir, les proporciona paz. En los egoístas persistentes el desbalance psicosomático crecerá, hasta convertir su ambición en motor y directriz de vida. Transforman la acción de recibir y dar regalos en una inversión castrante del espíritu humano. Son especialistas en ello, algunos empresarios y políticos, ambos cosifican las relaciones humanas. Utilizando el marketing, diseñan publicidad y propaganda para hacer creer al potencial consumidor y elector, que tienen la intención de beneficiarlos porque los aman y respetan, lo cual se aleja de la verdad. Más tarde los despojarán mediante ofertas, obsequios e incumplimiento de promesas de campaña, respectivamente. El costo de las ofertas y obsequios, serán trasladados a los cliente y ciudadanos engañados: mientras, aliados, el poder político con el económico, posicionan la idea de que su acción la motiva el amor. Los dos, manipulando el sentimiento de gratitud de la gente obtienen la ganancia perseguida, prostituyendo la acción de regalar. Consumismo de fin de año. En México, emulador del modelo yanqui, se han generado, además de las fechas tradicionales (cumpleaños, aniversarios, triunfos, amistad, conmemoraciones, etcétera) cientos de ocasiones para obsequiar a vivos y muertos, a personas o animales. En la fiestas de fin de año no hay oficina, centro de trabajo, grupo social o familiar donde no se organicen intercambio de regalos estableciendo un precio mínimo; incluso desconociendo al destinatario. Igual que en los EE.UU, regalar es más un compromiso de trueque que un acto de amor. Perversión política del acto de regalar Con el político corrupto y el comerciante deshonesto es peor: los dos utilizan la mentira, la simulación y el engaño. El mercader lo hace ofreciendo obsequios y descuentos con la intención de que el cliente compre sus productos o servicios. El político reparte promesas y obsequios como ganchos de adhesión. Aunque ambos manipulan el sentido de gratitud para obtener una ganancia (dinero y votos), la diferencia está en que la primera relación no es entre personas sino de una empresa y un cliente, entre los cuales ninguna forma de amor es posible, realmente. En cambio, con el político y el ciudadano es distinto, pues existe una relación humana directa, que involucra emociones; la de respeto, por lo menos. Lo grave de este intercambio, siendo mutuamente consentido, es esa promiscuidad política que encarece el voto y las elecciones; corrompe la función pública y prostituye la democracia. Lo trágico  es que a los electores, receptores de regalos provenientes de todos los partidos, se les induce la culpa inutilizándolos para ejercer su libertad plena de decir “NO”. La certeza o intuición de que no actuaron correctamente, les impide organizarse para cuestionar al poder. Cosa que no sucede en quienes actúan con dignidad rechazando el clientelismo electoral. Recuperación del equilibrio El desbalance ocasionado por quienes buscan lucrar sin importarles las consecuencias, trasciende a las personas, causando daños sociales. Se generalizan la superficialidad,  la insatisfacción, la incredulidad y la zozobra afectando las relaciones humanas. En los casos del político y del narcisista pocas veces encuentran plenitud en sus vidas: viven angustiados, frustrados y enfermos, padeciendo el Síndrome del emperador. Sin embargo, las personas pueden recuperar el equilibrio emocional dando sinceras “gracias” al recibir regalos o rechazándolos cuando carecen de algunos de los elementos arriba mencionados o se es incapaz de corresponder. El recibir o dar regalos de ningún modo debiera tomarse como una obligación contratada y si concebirse como una experiencia vital amalgamada por el amor o sus formas equivalentes. Esquizofrenia capitalista Son tan esquizofrénicos los señores capitalistas que por un lado exigen al Estado les “regale” por el otro se oponen y condenan la gratuidad social. Nada debe darse gratis a la gente, dicen; sin embargo, siempre están demandando financiamiento, exenciones de impuestos, servicios, liberación de precios, etcétera. A ellos les parece un derroche o mala inversión que el gobierno destine presupuesto a programas sociales, educación y salud para quienes no pueden pagarlas. Para los señores de la derecha, redistribuir los impuestos de ese modo se crean flojos improductivos a quienes nada pueden robarles. https://lanigua.com.mx/regalos-que-dignifican/

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