
José Vargas.
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La reciente reforma electoral propuesta por la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo ha generado un intenso debate dentro de Morena, especialmente en torno al nepotismo y el uso del poder para beneficio familiar. Aunque la iniciativa aún está en discusión, es importante aclarar que, de ser aprobada, no tendría efectos inmediatos, ya que la actual jornada electoral inició en noviembre de 2024 y concluirá en julio de 2025.
El llamado de la presidenta no fue una imposición legal, sino un exhorto moral: no abusar del poder ni heredar cargos a familiares. Sin embargo, parece que muchos dentro del partido han ignorado esta recomendación, argumentando que “lo no prohibido está permitido”, lo que refleja una visión oportunista más que ética del ejercicio del poder.
Morena ha sostenido durante años el discurso de que “no son iguales” a los partidos tradicionales como el PRI, el PAN o el PRD, pero en la práctica, el comportamiento de algunos de sus integrantes indica lo contrario. En los tiempos del PRI, si el presidente marcaba una línea, esta se respetaba; hoy, los líderes de Morena parecen actuar de manera independiente, priorizando sus propios intereses sobre la directriz presidencial.
El verdadero dilema no es solo legal, sino ético. Aunque la ley no prohíba explícitamente la postulación de familiares, la pregunta es: ¿es correcto moralmente? Sheinbaum no pidió que los morenistas renunciaran a sus aspiraciones, sino que actuaran con responsabilidad y compromiso hacia el pueblo.
La lección aquí es clara: la política no solo debe regirse por lo que la ley permite, sino también por lo que es correcto y justo para la ciudadanía. Morena tiene en sus manos la oportunidad de demostrar que realmente es diferente, pero para lograrlo, deberá anteponer la ética al interés personal.
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